La frase de Franz que tanto nos gusta
Para los budistas y los hinduistas, el Nirvana no es un sitio, es un estado consistente en la liberación del sufrimiento, los deseos y la conciencia individual que puede alcanzarse mediante la meditación y la iluminación espiritual. Recuerdo aprender mucho sobre este concepto gracias a la pluma de Hermann Hesse en su novela de Siddhartha. A través de su protagonista, Hesse explica que el Nirvana es algo que permanece igual en el tiempo, por mucho que cambien las circunstancias que nos rodean. Cuando uno alcanza el Nirvana (la liberación plena) no importa los años que tenga o las cosas que posea, porque la paz y la calma que sentirá serán tales, que todo lo demás pasará a segundo plano.
Cuando terminé este libro, estuve días reflexionando sobre cuál sería mi Nirvana correspondiente, creo que todos deberíamos de tener uno. Yo, personalmente, cuando pienso en un estado de liberación plena o felicidad, lo vinculo irremediablemente con mi etapa en Berlín. Es irónico porque han pasado ya casi diez años de aquello, pero la sensación de alegría que me produce recordarlo sigue igual de inmortal en mi cabeza.
La primera vez que pisé Berlín, tenía veinte años y unas ganas irrefrenables de comerme el mundo. Mi universidad tenía un convenio de intercambio con la Freie Universität para los estudiantes que cursábamos la rama de alemán en la carrera y allá que nos fuimos durante todo un verano. Nos gustó tanto, que P, C y yo, hicimos la promesa de visitar Berlín una vez al año desde entonces y así lo hemos cumplido. Por supuesto, Berlín nunca será el mismo Berlín que cuando estuvimos nosotras, del mismo modo que nosotras nunca seremos las mismas que cuando estuvimos ahí.
En cuarto de carrera, conseguí las ansiadas prácticas del Ministerio de Asuntos Exteriores justo el mismo verano que P había sido seleccionada para otras igual de increíbles en Berlín. Aquellos tres meses, volvimos a jugar en casa. La capital alemana ofrece todo lo que un universitario puede desear: poder beber cerveza por la calle, escuchar música tecno, bailar en sus locales alternativos y empaparse de toda su historia.
Berlín es nuestro Nirvana, el lugar al que volvemos con tan solo una canción, una frase o una anécdota. Justo esta semana P pasó por el grupo una lista de reproducción que contiene los temas más famosos del 2013. Fue darle a play y volver ahí de nuevo. El compositor austríaco Franz von Suppé decía aquello de “du bist verrückt mein Kind, du musst nach Berlin“(estás loco, hijo, tienes que irte a Berlín) y aquel fue nuestro lema durante muchos años.
Me encanta cuando me escribe algún amigo o familiar para decirme que va a visitar Berlín y que le pase alguna recomendación. Lo cierto es que, al igual que me comentaba C el otro día, mis recomendaciones ya se están quedando obsoletas con el tiempo. Berlín es una ciudad en ebullición que cambia constantemente y es difícil estar al día si no vives ahí. Pero nuestro Berlín, aquel de cuando estuvimos ahí, ese sigue intacto.
Nuestro Berlín sabe a los pretzel de queso que vendían en el metro, a los botellines de cualquier Spätis que estuviese abierto a esa hora y a los helados de Ben&Jerry. Huele al césped recién pisado del Mauerpark y al asfalto caliente de Tempelhof. Se aprecia desde todos los rooftops en donde ubicábamos enseguida la Alexanderplatz y con los múltiples amaneceres que vimos al volver a casa.
Probablemente, si volvemos ahora, nos daremos cuenta de que ya no es lo mismo. Que el muro ha sido repintado y han borrado los grafitis. Que nuestro sitio favorito de brunch en Prenzlauer Berg ha cerrado y ahora hay una tienda de muebles. Que ya no se puede beber alcohol en el metro y hay revisores pidiéndote el billete cada dos por tres. Que la cola para subir al Reichstag es el doble de larga y que ya no tenemos descuento de estudiantes. Si algo he aprendido con la edad es que todo decepciona mucho más, pero qué bonito es recordarlo mientras duró. Humphrey Bogart se equivocaba en “Casablanca”, a nosotras, “siempre nos quedará Berlín”.
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