SI EL TECHO DE CASA SE CAE, A TI NO TE PILLA DEBAJO
“El vínculo de toda compañía, ya sea en el matrimonio o en la amistad, es la conversación” ― O. Wilde
Fotograma de la película “Midnight in Paris” (Woody Allen, 2011)
Mis padres suelen decirme de broma que “no hay provincia que se me resista”, para dejar constancia de que, allá donde voy, encuentro plan; y si no lo hay, busco siempre la forma de que lo haya. Hace unos meses le dije a mi padre que me iba a hacer un recado y que volvería en 1h máximo a casa, que me esperasen para cenar. A las 3 am tenía un whatsapp de mi padre de esos con muchos interrogantes, exclamaciones y mayúsculas (porque los padres escriben así, con muchos signos de interrogación; cuantos más, mejor) preocupado, lógicamente, por el paradero de su hija. Resultó que después de ese recado me había encontrado a unos amigos, y estos se juntaron con otros, y dos cervezas más tarde me olvidé de avisar en casa. Como dice también mi santo padre “todo muy en mi línea”.
Estoy enamorada de las personas, me encanta conocer gente nueva, escuchar sus historias, sus puntos de vista, sus inquietudes. Si voy a un plan y conozco a alguien nuevo e interesante, me tengo que quedar. Siempre necesito saber más de esa persona. Cuando cojo el transporte público, suelo pasarme muchas veces mi parada. ¿Por qué? Pues, generalmente, porque me he enganchado al drama ajeno de algún pasajero. No me escondo. El otro día iban delante de mí en el autobús dos adolescentes que volvían del colegio comentando las infidelidades del novio de una del grupo. Al parecer, el chaval en cuestión se había creado una cuenta falsa de Instagram desde la que pescaba a todas sus víctimas sin que su novia sospechase nada al respecto (la generación Z viene pisando fuerte). Para mi desgracia, se bajaron dos paradas antes que la mía y me quedé sin saber el final de la historia. El otro día volví a coincidir con ellas y me entraron unas ganas tremendas de preguntarles por su amiga, de si había destapado aquella estafa o se había vengado de su novio de alguna manera.
La gente que airea sus historias en lugares públicos debería de tenernos en cuenta a los escuchadores pasivos, ser más considerados y, el próximo día que se subiese al autobús, coger el micrófono de la parte de delantera y actualizarnos a los presentes con el desenlace de la historia. Como en las romerías o excursiones escolares. Sería un gesto muy generoso y nos permitiría a todos dormir tranquilos por las noches.
En Semana Santa me subí unos días a mi casa de verano y me escribió mi amigo G: “Oye, mañana monta comida un amigo con su grupo. Yo solo le conozco a él, pero puede ser un buen plan, ¿te animas?”. Horas más tarde, nos encontrábamos los dos sentados en una mesa de quince desconocidos pasándonos jarras de sangría, quejándonos por lo mucho que tardaban en pedirnos la comanda y compartiendo anécdotas como si nos conociésemos de toda la vida. Es increíble lo fácil que es abrirse el canal ante desconocidos, he conocido a chicas en los baños de discotecas de las que creo que sé más que su propia madre.
Después de la comida, mi amigo G se tuvo que ir, pero yo ya estaba enganchada a esta gente, yo era una más. Así que, por supuesto, me quedé. En esa comida conocí a A. A es una de esas personas que te hace sentir uno más del grupo con sus historias. Mi favorita fue la de cuando una amiga le presentó a un amigo suyo y ella le entendió que era ciego. Después de estar toda la noche pendiente de él y tratándole como tal (pese a las caras de este) descubrió que no era ciego, que, en realidad, lo que le había dicho su amiga antes es que se llamaba Diego.
Una vez pagada la cuenta, nos fuimos al Náutico. Jugamos a nombrar cosas típicas de nuestros colegios y cuando coincidíamos, teníamos que dar un sorbo a nuestras bebidas. Hicimos fotos a la súper Luna sobre el mar y, cuando se hizo de noche, cogimos los coches y nos fuimos a cenar a uno de esos sitios enxébres en los que la comida es increíble, pero sería incapaz de situar en el mapa. Terminamos de copas por Sanxenxo bailando Rauw y recordando viejos ligues de verano. Nos intercambiamos números, volvimos a casa y prometimos repetir en las próximas vacaciones.
Como esta podría contaros otras mil y una noches más. Tengo tantas como las de Ali Babá y sus cuarenta ladrones. Pero, al final, todas giran en torno a lo mismo: en decir que sí. A los planes, a la gente nueva, a sus historias que contarás después. A liarte, desliarte y volverte a liar. Como cuenta aquel chiste: el 12 de octubre de 1492 un joven decía a sus amigos “hoy salimos, pero de tranquis”. Ese joven era Cristobal Colón. Conoced a los extraños, escuchad sus historias, tomaros copas con ellos, salid de fiesta. Pero por favor, recordad antes avisar a vuestros padres.
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