LA POESÍA DE LA VIDA
“Yo dejo en visto. Tú dejas en visto. Él/Ella deja en visto. Nosotros/as dejamos en visto. Vosotros/as dejáis en visto. Ellos/as dejan en visto.”― S. Balmes
El profesor Keating explica a sus alumnos la importancia de la poesía en sus vidas (“El Club de los Poetas Muertos”, P Weir, 1990)
En primaria, teníamos una profesora de Lengua que era una apasionada de la poesía. Tanto es así que, una vez al mes, los deberes consistían en memorizar un poema y recitárselo luego a la clase. A ella le debo el que todavía residan intactos en mi memoria versos y sonetos de ilustres figuras como Antonio Machado, Rosalía de Castro o Federico García Lorca (prueba fehaciente de que, a esas edades, tu cerebro es una esponja capaz de absorber y retener cualquier tipo de información por irrelevante que parezca). Lo que más me gustaba de este ejercicio es que, tanto el autor como el tema, eran de estilo libre. Nosotros éramos los dueños de la historia que queríamos compartir con nuestros compañeros y quién firmaba los versos de la misma. Después, teníamos que explicar nuestra interpretación de ese poema.
Aquel viernes de noviembre, yo había elegido recitar la rima XXX de Gustavo Adolfo Bécquer. Debía de estar a punto de cumplir los doce años. Nuestra profesora solía bromear con que no entendía la obsesión por Bécquer entre las preadolescentes, pero lo cierto es que Gustavo empatizaba mucho con nuestros sentimientos y primeros desamores de entonces. El cómo llegué a dar yo con este poema lo desconozco, pero sigue siendo uno de mis favoritos a día de hoy. Dice así:
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: «¿Por qué callé aquel día?»
Y ella dirá: «¿Por qué no lloré yo?»
Recuerdo explicar a mi clase el significado del mismo con un acopio de falsa seguridad aplastante. Les hablé del orgullo y del cómo a veces salimos perdiendo por culpa del mismo. De la importancia del saber reconocer cuando uno no lleva la razón o decidir renunciar a la misma por amor o respeto. Qué sabría yo entonces. Si algo desconocía aquella niña de once años es la de veces que este poema podría aplicarse más tarde en la vida. Cuando a veces prefieres permanecer enfadado antes que pedir perdón y al final terminas sufriendo más tú que la otra persona. Cuando quieres escribirle, pero luego recuerdas que él no te ha escrito primero y que no vas a ser tú la que pierda ese pulso. Si los dos resultáis ser igual de orgullosos, puede que no habléis nunca más por la tontería. ¿Quién pierde entonces? Yo creo que los dos.
Después de primaria, nos hicimos mayores. Cambiamos de profesora de Lengua y dejamos la poesía de lado para centrarnos en asignaturas y temas más importantes. Hace poco, decidí retomarla otra vez. Resultó que no se había ido a ningún lado, sino que estaba dormida en algún rincón de mi memoria esperando a ser despertada de nuevo. Disfruto lo mismo de los poemas de los poetas clásicos, como de nuevos autores. Leo mucho a Lúa Mosquetera y a Rupi Kaur, cuyos versos a veces consiguen poner en palabras sentimientos que ni yo misma había llegado a analizar. A veces, leo páginas enteras de cualquier libro de Santi Balmes; otras, me conformo con apreciar el sentimiento detrás de un grafiti en la papelera del metro.
Durante muchos años he abandonado la poesía por considerarla un género cursi y sinónimo de debilidad. Luego he descubierto que no tiene por qué ser así. Existe todo tipo de poesía, tan solo tenía que encontrar la mía. La música y las canciones que tanto me gustan no dejan de ser versos con melodía. Poemas cantados, que solía decir nuestra profesora.
El otro día, di con un verso que me encantó. Decía: “¿Cuántas personas se estarán pensando al mismo tiempo sin saberlo?”. Sonreí. Me gusta cuando una frase es capaz de resumir todo un sentimiento en una simple línea. La poesía tiene ese poder. Me hice a mí misma esa pregunta. ¿Te habrás acordado ahora de mí también? Para mi sorpresa, mientras pensaba en esto viendo a Cascáis atardecer por la ventana de aquel tren, mi pantalla del móvil se iluminó con la respuesta. Eras tú otra vez.
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