LA NEVERA PASAPORTE
“El mundo es un libro, y aquellos que no viajan leen solo una página”. — San Agustín
Imanes de una tienda de souvenirs de Lisboa, Portugal
En mi familia materna existe una tradición inquebrantable consistente en comprar un imán característico en cada ciudad y país que visitemos. Bueno, en realidad son dos. Uno para nosotros y otro para la nevera de mi Avia, la cual ostenta (con orgullo) toda la colección original.
Cuando voy a Madrid, suelo quedarme en su casa. Me gusta la paz que se respira en las cuatro paredes de aquel salón que tantas historias han escuchado cada vez que vamos a merendar con ella. En aquella nevera, el mural de recuerdos que representa la prueba fehaciente de que hemos estado en todos esos sitios de los que luego le hablamos en nuestras tertulias.
Mi Avia detesta el avión, prefiere viajar en tren o en coche, dice que “le dan más paz”. Ha visitado tantos países y ciudades a lo largo de su vida que ahora lo que más disfruta es viajar a través de nosotros. De este modo, cuando se sienta cada mañana a tomar su café con leche y mira hacia esas puertas de acero inoxidable, es capaz de transportarse a cada uno de esos sitios y recordar sus monumentos, el tiempo que hacía o qué cosas nos pasaron o descubrimos en cada uno de ellos. He llegado a la conclusión de que su nevera podría considerarse tanto un museo, como un álbum de recuerdos o una máquina del tiempo.
Mi hermano S tiene la teoría de que una de las razones por las que nuestra Avia está tan estupenda a su edad es porque seguro que se le imanta la comida con semejante carga magnética en el frigorífico y, cuando se la toma o cocina, recupera años de vida al ingerir lo equivalente a hacerte una resonancia. Un poco como beber de la fuente de la juventud, pero versión madrileña.
Hace unas semanas, mi hermano S estuvo en Ámsterdam dando una ponencia y, por supuesto, le trajo un imán de ahí. Se trataba del famoso cuadro de “la joven de la Perla” de Vermeer que había comprado en el museo de Mauritshuis, donde está la pintura expuesta. El cómo encontró nuestra Avia un hueco en donde colocarlo, sigue siendo para mí todavía un misterio. Movió cuidadosamente todos los imanes que ya decoraban la puerta y lo pegó en la parte superior izquierda. Según ella, así podía verlo mejor y reparar en él con más facilidad. Al fin y al cabo, hacía mucho que no “iba” a Ámsterdam.
La nevera de nuestra Avia ha viajado más que Harry Styles durante su gira mundial. Ha estado en Hamburgo cuando me fui de monitora en 2010, en Roma aquella Semana Santa con mi tía E, en la República Dominicana con mi tia N, en Chile con mi tia M, haciendo el Camino de Santiago con mis primos y en Miami con mi tio S (entre otros). Aquellas dos puertas tienen más sellos que el pasaporte de un diplomático.
Alguno de los imanes ha sufrido daños colaterales al salir disparado cuando la puerta se atasca y hay que tirar con fuerza para abrirla. La verdad es que, con tan poco espacio, no siempre pueden adherirse con la potencia necesaria. A mí esto me gusta mucho, les hace parecer más especiales, como si fuesen supervivientes de una batalla o hubiese pasado el tiempo por ellos cual esculturas sin brazos de la antigua Grecia.
Normalmente jamás pondría un pie en las tiendas de souvenirs, me parecen cutres y trampas turísticas. Pero lo cierto es que, gracias a esta tradición, me encanta detenerme en sus postes giratorios llenos de imanes para decidir cuál el suficientemente bonito y representativo para llevar a mi Avia. Lo importante nunca es el imán, sino la historia que contará cuando ella lo mire por las mañanas.
Postales Sin Sello