EL AMOR EN TIEMPOS DE SPOTIFY
"He pasado toda la noche trabajando en ella, y espero que le guste tanto como a mí. Espero que sea de las que pueda escuchar cada vez que conduzca solo y le reconforte cuando esté triste" - S. Chbosky
Robyn Brooks (“High Fidelity”, West & Kucserka, 2020)
Esta Semana Santa he estado leyendo mucho a mi amigo Manuel Jabois (y digo “mi amigo” porque con eso de que también es gallego y escritor, siempre me he sentido egoístamente unida a él de alguna forma, como si solo nosotros dos pudiésemos entendernos). En enero de este año publicó un artículo maravilloso en El País titulado “Amor en tiempos de Spotify” (irónico porque no solo habla de mi red social favorita, sino que lo publicó justo una semana antes de mi cumpleaños. El bueno de Jabois, no da puntada sin hilo).
En este artículo afirma algo que me hubiese encantado tatuarme cuando lo leí en su momento: “Fui uno de los testigos de aquella boda, y recuerdo perfectamente cómo al terminar la ceremonia el cura se acercó a mi amiga y le dijo a espaldas del novio y del niño Jesús: “Comparte con tu pareja todo: la hipoteca, las cuentas de Filmin y HBO, la pasión por el Atlético de Madrid, vuestros amigos, hasta la cuenta de Instagram si sois tan petardos. Pero nunca compartáis Spotify, porque en el caso de que vaya mal, eso no hay Dios que lo arregle”. Cuánta razón en una sola frase. Si yo fuese aquel cura, seguramente hubiese dejado caer el micrófono al suelo justo después de decirla. Todo muy “Obama style”.
Recuerdo perfectamente cuando esta red social llegó a nuestras vidas. Nuestra generación, que había resistido a todo: a los mp3, los iPod, las cintas de casete, los enormes álbumes de CDs en el coche… de pronto tenía que hacer frente a lo impensable: una plataforma en la que, no solo cabían todas nuestras canciones, sino que también podías compartirlas con tus amigos, crear playlists con tus favoritas y; la gran maldición: el “Spotify Wrapped”. Y, por supuesto, se nos fue la pinza.
Para las generaciones más veteranas que me leen, el Spotify Wrapped es el resumen que esta plataforma hace de tus cifras musicales del año: quién ha sido tu artista más escuchado, cuántos minutos de tu vida has consumido en música, albums favoritos, etc. Sky is the limit, la verdad es que cada año se superan más. En mi grupo de amigos solemos competir con quién es el que ha obtenido la mejor cifra de minutos. Es algo muy importante porque esto significa que esa persona ostentará el título de “Genio Musical” durante 12 meses, un poco como el trofeo del Roland Garros.
Este año, he resultado ser yo la ganadora. 79.453 minutos (y lo pongo en negrita porque, para nosotros, esta cifra vale igual o más que la máxima puntuación de la máquina del PacMan del bar de arcade al que ibas con doce años e intentabas superar cada domingo lluvioso que pasabas ahí). Mis amigos J y M dicen que he hecho trampas y he dejado el Spotify reproduciendo música mientras duermo, todo con tal de ganar. Juro que no, es una puntuación limpia. Como me dice mi cuñada L: soy incapaz de imaginarte separada de tus altavoces.
Mi perfil de Spotify está más ordenado que mi propia habitación. Todas las listas tienen su tema, su sección, su nombre y; como F compartirá conmigo: su portada cuidadosamente seleccionada para ella. Soy de la opinión de que dice más de alguien su perfil de Spotify que el suyo de LinkedIn. Y, al igual que aquel cura que casó a la amiga de Jabois, opino que antes muerta que compartirlo con alguien más. Sería como dejar tirarse en tu cama con sábanas limpias a tu primo hiperactivo de 4 años con las manos y cara untadas en Nocilla.
Cuando tenía 18 años, mi amigo Á me hizo una playlist para mi viaje de fin de curso a Roma. Seleccionó cuidadosamente sus temas favoritos de Vetusta Morla, los Strokes y Two Door Cinema Club y me la mandó para que la metiese en el mp3 y me acompañase durante el viaje. Me pareció lo equivalente a escribirme una carta de amor. Pero claro, que sabía yo entonces del amor.
Soy muy fan de crear playlists para momentos puntuales: un festival de verano, un viaje de surf con largas horas en coche de por medio, una fiesta temática… pero sin duda, mis favoritas son las colaborativas, aquellas en las que cualquiera puede ir añadiendo sus sugerencias y sabes a quién pertenece cada canción. Cuando las escuchas, son como llevarte un pedacito de esa persona contigo. Como volver de nuevo a aquel bus de la ruta en el que, en los asientos traseros, os sentabais juntos para escuchar aquellas canciones con las cabezas bien pegadas unidas por los cables de aquel único par de auriculares. Crear playlists es un arte sumamente delicado, por favor, dadle la importancia que se merece.
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